DEL CUADERNO DE APUNTES DEL GATO-PERRO.
QUE NARRA DE CÓMO SE ENCONTRARON LOS DOS MÁS GRANDES DETECTIVES, UN FRAGMENTO DE LO QUE ELÍAS CONTRERAS Y EL SUPGALEANO HABLARON CUANDO EL CASO DE LA YA NO MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE LAS MANTECADAS, Y DE CUANDO DEFENSA ZAPATISTA HIZO PEDAZOS LA CIENCIA DEL LENGUAJE, ASÍ COMO ALGUNAS OCIOSAS REFLEXIONES DEL SUP QUE VIENEN AL CASO, O COSA, SEGÚN.
Escucha aquí:
30 de diciembre del 2017,
Buenos y reiterados días, tardes, noches, madrugadas.
Antes que nada, queremos mandar un abrazo al pueblo Mapuche que sigue siendo agredido por los malos gobiernos de los países llamados Chile y Argentina. Ahora, con sus trampas jurídicas, han vuelto a someter a juicio condenatorio a la Machi Francisca Linconao, junto a otras y otros mapuche. Una muestra más de que, en el sistema que padecemos, quienes destruyen la naturaleza son los buenos, y quienes resisten defendiendo la vida son perseguidos, asesinados y encarcelados como si fueran criminales Pero, a pesar de eso, o precisamente por eso, una sola palabra basta para describir la lucha del pueblo Mapuche y de todos los pueblos originarios de este continente: Marichiweu, diez, mil veces, siempre venceremos.
-*-
El día de ayer, una de las científicas ponentes nos pasó el dato de que hay un concurso para el mensaje que llevará una nave espacial hacia otro planeta, y que el premio es de un millón de dólares.
El mensaje que proponemos, y que seguramente ganará, es: “No permitan que nos instalemos en su mundo. Si no hemos resuelto los problemas que provocamos, repetiremos los mismos errores. Porque entonces no llegaremos solos, con nosotros llegará un sistema criminal. Seremos para su mundo el Alien apocalíptico, el temido octavo pasajero que crece y se reproduce gracias a la muerte y la destrucción. El móvil para conocer otros mundos debería ser el ansia de conocimiento, la necesidad de aprender, y el respeto hacia lo diferente, y no la búsqueda de nuevos mercados para la guerra, ni el refugio para el asesino hecho sistema”.
El millón de dólares favor de depositar en la cuenta bancaria de la asociación civil “Llegó la hora del florecimiento de los pueblos” que apoya al Concejo Indígena de Gobierno.
-*-
La que voy a leer iba a ser nuestra participación en la mesa de ayer pero, como al Pedrito, me aplicaron la “equidad de género”, zape incluido, y, para variar, ganaron las “como mujeres que somos”. Va pues:
El doctor John Watson se mira al espejo con preocupación. Se peina para uno y otro lado, para el frente y para atrás. Se mira de frente, perfil derecho, izquierdo y, con un espejo de mano, atrás. Mientras está en ese curioso ajetreo murmura para sí:
“Pelo de tortilla… ¿por qué dice “pelo de tortilla”?… ¿será el color?… o el tipo de peinado… tal vez las canas que ya compiten en número con el cabello castaño… ¿o será el peinado?.. pelo de tortilla… maldita niña…”
En eso está cuando Sherlock Holmes, detective consultor, se pone de pie de un salto, dejando la hamaca en la que, recostado, le arrancaba al violín unos notas melancólicas. Acomodándose con premura el abrigo, Sherlock apura al doctor:
“Rápido Watson, que no tenemos mucho tiempo”
“¿Y a dónde nos dirigimos, Holmes?, el frío aprieta y en la Junta dicen que va a empeorar”, reprocha Watson al traspasar el dintel de la champa que les han facilitado las autoridades autónomas durante su estancia en las montañas del sureste mexicano.
Holmes no se ocupa siquiera en responder. A grandes trancos, avanza por la calle principal de la comunidad, y se dirige a la pequeña casita en cuya fachada hay un letrero en el que se lee “Comisión de Vigilancia” y un mural de vívidos colores desafía la humedad. En su interior, una joven indígena observa atenta el monitor de una computadora.
“Te´ oyot Tzeb”, (“Te saludo, jóvena”) dice en su mejor tzotzil Sherlock Holmes, a quien, al parecer, le han bastado unos pocos días para aprender lo indispensable para darse a entender en las lenguas mayas de esas zonas.
Watson lo voltea a ver con burla, cuando la mujer que está de comisión de vigilancia, le responde en perfecto inglés: “Good Afternoon” (“Buenas tardes”). Aunque su acento, más que británico, a Watson le sonó más cercano al dublinense.
Holmes ignora la mirada sarcástica de Watson y, en español impecable, pregunta:
“¿Dónde me pueden dar razón de una persona con la que quiero hablar?”
La mujer, una indígena joven, bajita, de largas trenzas y vivos ojos negros, parece muy divertida porque responde en perfecto alemán: “Und wie heißt diese Person?“ (“¿y cómo se llama esa persona?“)
Holmes inmediatamente capta de qué va el asunto, y en un francés de migrante “sans papiers”, responde:
“Je ne connais pas son nom, mais sa profession est un enquêteur privé” (“No sé su nombre, pero su profesión es investigador privado”)
“Non capisco niente” (“no entiendo nada”), dice la joven indígena en un italiano de barrio bravo e insumiso.
El doctor John Watson parece divertirse con los apuros en los que se encuentra Holmes, pero mira con preocupación hacia la calle, temiendo que aparezca la niña.
Sherlock Holmes está pensando cómo se dice “investigador privado” o “detective” en ruso, cuando los temores de Watson se confirman.
Como un pequeño huracán, la niña que dice llamarse Defensa Zapatista, baja corriendo por la calle llena de charcos, y entra intempestivamente a la champa cuando Watson se acomoda instintivamente el cabello, y Sherlock está dudando entre si mejor usa el chino mandarín o el polaco.
Defensa Zapatista abraza a Sherlock gritando “¡Jol-mes, cabeza de escoba!”
Bueno, lo de abrazarlo es un decir. La altura del Holmes y la de la niña dan como resultado que el abrazo lo reciba el detective en las rodillas.
El detective consultor está desconcertado. La estatura mínima de las personas con las que ha tratado en Londres es de 1 metro con 75 centímetros, aunque a los días de estar en tierras zapatistas, tuvo que bajar su estándar al metro y medio. Respecto a los infantes, bueno, además de tomar distancia cada que veía uno y hacer gestos de desagrado si escuchaba su llanto, su experiencia era nula. Pero por alguna extraña razón, el más grande de los detectives sentía simpatía por Defensa Zapatista.
La niña se voltea hacia el respetado Doctor y bloguero, John Watson, y le brinca al cuello con un “¡Waj-tson, pelo de tortilla!”, que no hace nada feliz al ex médico militar.
Defensa Zapatista toma a ambos de las manos y los jala a la salida: “¡Rápido, que vamos a llegar tarde!”
La joven mujer encargada de la Comisión de Vigilancia, desilusionada por el abrupto final de su internacionalismo lingüístico, cierra las 7 pestañas del navegador con el traductor de google en varios idiomas, y regresa al blog que informa de las actividades de la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, María de Jesús Patricio Martínez.
Holmes no necesita correr; por cada una de sus zancadas, la niña tiene que dar varios pasos. Sherlock lleva en su diestra la varita con la que acostumbra hurgar en la tierra y entre las plantas buscando insectos. Watson se retrasa propositivamente cuando ve que el llamado “gato-perro” muerde a Holmes en uno de los dobladillos del pantalón. de seguro para obligarlo a reducir su tranco y así camine-corra al par de la niña.
De pronto la niña se detiene en seco y dice aliviada: “Llegamos”.
Están en el potrero que sirve, lo mismo para que el ganado de los colectivos paste, que para los partidos de fútbol de los equipos que se turnan para agrandar y profundizar la grieta en el muro, que para fiestas, bailes y festivales, además de ser campo de entrenamiento para el incompleto equipo de Defensa Zapatista.
Watson, que no acaba de orientarse en el poblado donde pasan la mayor parte del tiempo, confirma con desagrado que es un potrero, cuando siente bajo su calzado la espesa y tibia mierda vacuna.
Defensa Zapatista dice “Ustedes esperen aquí, voy por el caballo choco”, y sale corriendo con el gato-perro detrás de ella.
Entonces, un varón indígena de edad indefinida se acerca al par de británicos.
Sherlock Holmes lo mira acercarse y, con la aguda rapidez que le ha dado fama, empieza a construirse una semblanza del indígena, pero, antes de que termine de hacerla, el personaje le dice:
“Buenos días señor Jol-mez, señor Waj-tson. No se preocupe, dice dirigiéndose a Sherlock, su sastrero en Londres podrá remediar sin problema la rotura. También creo que sí encontrarán en la zapatería zapatista unas botas de su número. Y luego así pasa aquí, a veces parece que no hay nada qué hacer, pero debería intentar no fumar tanto en pipa, eso es dañino para su salud. Le recomiendo mejor el violín en lugar de la pipa cuando no le pasa el día. Y no le aconsejo que en estas tierras mal hable de las mujeres, de repente se embravecen, sobre todo Defensa Zapatista.”
Sherlock Holmes enmudece asombrado, y Watson lo voltea a ver con curiosidad. Al parecer el detective ha recibido una sopa de su propio chocolate.
Holmes pasa del asombro a la admiración y aplaude “¡Bravo!, ha acertado en casi todo, aunque permítame diferir de la acusación de misoginia.”
Watson, como de costumbre, no entiende nada.
Es el indígena quien le aclara, mientras Holmes asiente a cada afirmación:
“Elemental, mi querido “Pelo de Tortilla”: el señor se ha puesto su apreciada gabardina muy rápido y, sin quererlo, ha rasgado un poco el puño izquierdo. Alguien que se viste así debe ser muy cuidadoso con lo que porta, así que es de esperar que entre sus pensamientos esté ir al sastre para arreglar el abrigo. Que el sastrero está en Londres es fácil, como trae el abrigo semiabierto, se alcanza a ver la etiqueta.
Las manchas de nicotina en la base del dedo índice y parte de la palma de la mano, delatan que fuma mucho en pipa, porque son señales que deja el tabaco que sale de la cazuela. Lo de las botas, pues esos botines que traen no van a durar mucho aquí, y es de esperar que hayan pensando en conseguir unas botas como las que usamos nosotros, que son hechas por zapateros insurgentes y que se consiguen en la tienda de los compas.
Por cierto, me olvidé decir que el señor Jol.mes es diestro, sostiene la pipa con la izquierda porque la derecha es la que usa para, por ejemplo, tocar el violín.
El violín, bueno, pues la forma en que sostiene la varita que trae ahora es la misma con la que Pablito, del mariachi zapatista, toma para tocar el violín en las fiestas, y el enrojecimiento de su cuello en el lado izquierdo o es porque toca el violín o porque algún insecto le ha picado ahí… o porque le han dado un chupetón. Lo de que mal habla de las mujeres fue nomás a ver si pegaba, pero trae de compañía un hombre, así que, o piensa mal de las mujeres o prefiere a los hombres”
Holmes aplaude de nuevo. La insinuación de homosexualidad que ha hecho el indígena no le molesta en absoluto. Pero Watson es muy celoso de su heterosexualidad y trata de aclarar:
“Discúlpeme, pero Holmes y yo no somos pareja. Quiero decir, sí somos pareja pero no pareja en el sentido de un chupetón, sino, bueno, es decir, es, digamos, una relación…profesional”
El indígena lo interrumpe: “No te preocupes Waj-Tson, aquí cada quien su modo y se respeta”.
“Lo sé”, dice Watson, “pero no es lo que parece, claro, no es que yo condene las relaciones de ese tipo, sólo aclaro que…”
Ahora es Holmes quien lo interrumpe y se inclina con respeto diciendo:
“Si no me equivoco, usted debe ser Elías Contreras, comisión de investigación”.
Admirado a su vez, Watson se quita el bombín con el que, inútilmente, trata de esconder su “pelo de tortilla”, y saluda.
Holmes agrega: “Sólo alguien como Elías Contreras podría hacer esa cadena de observaciones, razonamientos y deducciones con una velocidad que me supera”.
En lugar de agradecer, Elías Contreras sonríe burlón cuando dice:
“Nah, lo que pasa es que el SupGaleano tiene unos libros que hablan sobre ustedes dos y dicen como es su modo, de la pipa, el violín y esas cosas, y en la oficina de vigilancia vi sus nombres en la lista de visita y, como son los únicos ciudadanos que hay en el pueblo, pues…”
Watson se pone de nuevo, con algo de rencor, el bombín. Pero Holmes se muestra sonriente y feliz de toparse con el nada famoso detective, ése al que llaman “comisión de investigación del ezetaelene”.
“Tiene usted razón, mi estimado Elías Contreras, ¿o debo llamarlo de otra forma?”, dice mientras le tiende, afectuoso, la mano.
“Abasta con Elías”, dice el zapatista mientras les ofrece un cigarrillo de doblador, lo que ambos rechazan con amabilidad. Sherlock retoma la palabra:
“¿Sabe? A mí me ocurría algo parecido con Sir Arthur, que me daba a leer los borradores de la lamentable crónica de mis hallazgos que luego adjudicaba inexplicablemente al doctor Waj-tson, aquí presente.”
Watson trata de protestar, pero mejor se cala más el sombrero.
“Y veía yo que Sir Arthur adornaba, innecesariamente a mi entender, la labor que realizaba. Y digo que era ocioso porque lo que yo hacía era aplicar la ciencia para resolver los crímenes.
Y la ciencia y su explicación, mi estimado Elías, dista mucho del glamur que suelen atribuirles novelistas y el común de la gente.
Además de que no está exenta de errores, de la continua y agotadora experimentación, y del estudio profundo y sistemático de los avances que, en esos rubros, se dan en todos los rincones del mundo, la ciencia y su aplicación son difíciles.
El rigor científico convierte en árido su ejercicio, y lo contrapone a la pereza intelectual que se reitera en las opiniones, comentarios y supersticiones comunes. Por lo mismo, cuando tiene la oportunidad de estudiar, alguna gente suele optar por las mal llamadas ciencias sociales, o por las humanidades en general, que, a su entender y equivocadamente, no requieren del rigor, la exigencia y la complejidad de los conocimientos científicos.
Las artes, en lo que a ellas se refiere, no sólo no demandan un rigor en el sentido de la exactitud, pero, a diferencia de las ciencias exactas, las naturales y las humanidades, pueden imaginar no sólo otras realidades, sino también maravillar con las formas, sonidos y colores en los que plasman esa imaginación.
Tal vez por esto es que las artes están más cercanas a las ciencias exactas y naturales. A diferencia de las llamadas humanidades.
La holgura que demanda el relato novelesco, por poner un ejemplo, en el caso de la ciencia sería una irresponsabilidad imperdonable y una franca violación al código ético que cualquier científico debe incluir en su práctica.
Pero un problema que tarde o temprano se debe afrontar es que, el hecho de haberse impuesto una disciplina estricta y poseer conocimientos sólidos, provoca que quienes hacen de la ciencia su profesión, no pocas veces asuman una actitud pedante y miserable hacia el común de la gente.
Suelen ser soberbios y, no pocas veces, justificar así su frivolidad y falta de sentido común en cuanto a los hechos cotidianos se trata. Como si la vida real fuera asunto de los mundanos, y ellos, ellas, elloas, estuvieran por encima de todo.
Pero que, a veces a pesar de los mismos científicos, las ciencias exactas y naturales son imprescindibles, es innegable. La posibilidad real, factible, de salir de la pantanosa pesadilla que es ya el sistema mundial homogéneo, tendrá en las ciencias exactas y naturales su asidero principal. Si no es así, seguiremos consolándonos con la ciencia ficción”.
Watson mira sorprendido a Holmes mientras piensa “Increíble, Sherlock Holmes se está describiendo a sí mismo con un tono de condena”.
Holmes advierte la mirada de Watson y, dirigiéndose a él, aclara:
“Te equivocas Watson, no me estoy autocriticando. Es evidente que ese parlamento no es mío, y me ha sido adjudicado por el tal SupGaleano, porque los zapatistas piensan que el reconocimiento y el suave reproche que hacen, será mejor recibido por la comunidad científica si viene del más grande de los detectives en la historia mundial, que si lo hacen a través de una nariz enmascarada que todavía usa el modelo del danés Niels Henrik David Bohr como referencia al átomo y que, para describirlo, usa expresiones como “es una bolita formada por muchas bolitas pegadas entre sí, y, alrededor de ese garapiñado central, giran otras bolitas”.
Sherlock Holmes se estremece. Un poco por la escandalosa descripción del átomo, y otro poco porque parece que, al fin, ha sido liberado del discurso que el zapatismo le ha impuesto, amparado en lo que se llama “licencia poética”.
Elías Contreras, comisión de investigación del ezetaelene, sólo intervino con un “mmh”.
Lo que ocurrió a continuación lo sabemos porque el doctor John Watson tomó nota de lo que ahí se dijo, aunque no con la intención de publicarlo sino sólo por el interés que la plática le despertó. Lo que luego le agradecería Holmes, porque lo que le refirió Elías Contreras le sigue desvelando.
Sherlock Holmes, se llevó a un aparte a Elías, seguidos a distancia prudente por el doctor Watson. La niña estaba ocupada tratando de convencer a un caballo choco de que ocupara su posición en la barrera, apoyada por los ladridos-maullidos del gato-perro.
“Ahora vamos a practicar los tiros libres”, escuchó Watson decir a la niña, y vio que un niño se acomodaba, burlón, bajo el larguero de lo que se supone era una portería.
Sherlock Holmes casi murmuró:
“Mi estimado Elías, acudí a usted para saber si no tiene por ahí un caso que requiera de los auxilios de mis habilidades detectivescas. Claro, prometo ser discreto y no reclamar para mí crédito alguno, en el supuesto de que tengamos éxito.”
Elías Contreras se detuvo y dijo, en el mismo tono confidente:
“Bueno, de por sí. Pero la problema que vemos es muy grande y sólo tenemos la cabeza para entender y ver por dónde. De ahí que lo que llega en mi cabeza, lo puedo platicar luego con las compañeras y compañeros del comité.
¡Excelente!, exclamó Sherlock Holmes, “la reflexión abstracta requiere un esfuerzo extra que obliga al cerebro a sublimarse. Ponga atención Watson, porque ahora afrontaremos, supongo, el reto supremo de cualquier detective: resolver un crimen sólo con las herramientas lógicas y el conocimiento científico”.
Holmes se veía de lo más animado. Watson no recuerda haberlo visto así desde el caso de “Estudio en Escarlata”, que le dio nombre y prestigio mundial al detective consultor.
Sherlock Holmes no apuró a Elías Contreras. Encendió su pipa, sí, pero más para acompañar el cigarrillo que Elías ya forjaba, que porque le apeteciera el picante sabor del humo del tabaco en el paladar.
Elías Contreras empezó:
“Bueno, de ahí que la problema es grande pero sencillo. O sea que lo sabemos quién es el asesino, quién es la víctima, cuál es el arma que se usó, y cuál es como quien dice la escena del crimen o sea dónde mero se hizo la chingadera, y su tiempo. O sea que, como dice el Sup, tenemos el calendario y la geografía.
De ahí que la problema es grande porque todo está revuelto. De ahí que no sé si de por sí está revuelto en la realidad, o lo que pasa es que mi pensamiento está revuelto.
O sea que el crimen ya se hizo, pero también se está haciendo y también se va a hacer. O sea que es una chingadera que no es que ya pasó nomás, o que ahorita lo están haciendo, también es que lo van a hacer.
Holmes se mostró aún más interesado, pero no interrumpió a Elías Contreras, quien continuó:
“De ahí que tenemos que saber que pasó, que está pasando y conocer lo que va a pasar para no dejar que pase, porque si pasa, pues va a ser una gran desgracia que no se puede pensar.
Sherlock Holmes aguarda el impase que ha abierto el comisión de investigación para aventurar:
“Creo que entiendo: tenemos que conocer el crimen cometido para entender el crimen que se está cometiendo y poder así evitar que se cometa el otro crimen: el mayor y más grande crimen en la historia de la humanidad.
Elías Contreras asiente y prosigue:
“El criminal no se esconde, al revés, bien que se muestra y se presume de lo que ya hizo. Dice que estuvo bien su crimen de que mató, destruyó y robó para darse a conocer. Lo pienso que ahí mero, cuando se nació como criminal, que sea cuando agarró su modo, es que podemos aprender para saber cómo está haciendo su chingadera y cómo le va a hacer.
“Claro”, interrumpe Holmes, “es necesario reconstruir la genealogía del crimen que, en este caso y si lo entiendo bien, es también la genealogía del criminal. Pero siga usted”.
“Bueno,” sigue Elías, “de ahí que lo vemos que como que el criminal se modernizó, o sea que se hizo más mejor como criminal y se cuida de que no se sabe que es un criminal, sino que se viste como que es bueno, como que acaso está pensando nada y sólo está así nomás.”
“Entonces, pues como que tiene sus cómplices o sea sus compañías en el delito. Y esos cómplices pues se encargan de poner su cara de buena gente al criminal. Pero como se ve claro que es una fregadera lo que pasa, pues entonces esas compañías del mal inventan un culpable. O sea que su trabajo es echarle la culpa a otro.”
Y entonces ahí van buscando a quien le van a echar la culpa de la desgracia. Y en veces es la mujer que tiene la culpa, porque no obedece, dicen, porque ahí andan con sus ropas rabonas, dicen, y hasta porque estudian y trabajan, y hasta quieren automandarse de su cuerpo, de su camino pues, que sea como autónomas, que sea porque piensan, que sea que luego son como un municipio autónomo rebelde.
Pero en otra veces le echan la culpa a los que tienen la piel de otro color diferente, o que tienen otro modo de ser, como por ejemplo la Magdalena que se murió peleando con el mal y el malo y que era mujer pero como quien dice que el dios se equivocó y la puso en un cuerpo de hombre y la Magdalena pues no se escondió ni se conformó, sino que como quien dice le valía madres lo que pensaran los otros y ella era otra, pero como estaba en otro cuerpo pues era otroa. Y ella, o él, o elloa, luchaba también así para ser lo que era.
“Muy brava la magdalena, acaso se rindió, nuncamente”, dice Elías y los ojos se le humedecen al recordar a quien, a su modo, amó y aún ama.
Holmes y Watson guardan un silencio respetuoso.
Elías se recompone y sigue: “bueno, de ahí que también a nosotros como indígenas que somos nos echan la culpa, que las cosas salen mal porque no tenemos civilizados, dicen, que no dejamos que avance el progreso y se pongan minas en el lugar donde hay bosques y manantiales. Porque arresulta que nosotros como pueblos que somos, vivimos donde nos aventaron, porque donde antes estábamos nos robaron y nos corretearon, también nos encarcelaron y nos mataron, pero como quiera resistimos. Y estas tierras antes no las quería el criminal, pero ahora sí las quiere que porque también es mercancía, dicen, y que el agua se puede comprar y vender, y que la tierra, y que el aire, y que el sol, y que los árboles, y que los animalitos, hasta los más pequeños, y bueno, hasta de lo que está hecho el pozol es una mercancía.
Que sea que es su modo del criminal, que todo lo hace una mercancía, hasta la gente, las mujeres, las criaturas, los hombres, la dignidad, y lo que no, pues no sirve, porque no puede comprarse ni venderse. Pero de ahí que la problema no es mero eso, sino que su chingadera la puede hacer porque tiene un arma que es la que manda todo su maldito plan y es lo que dicen que es la propiedad privada de los medios de producción. O sea que la problema no es que se produzcan cosas, sino que hay quien tiene la propiedad de lo que se usa para esas cosas, y tú sólo te dejan tu fuerza de trabajo que te pagan como mercancía y mal. Entonces de ahí que el criminal destruye y mata gracias a esa arma que es la propiedad privada, y al mismo tiempo hace toda su chingadera para que no le quiten esa arma.
Bueno, de ahí que no mero sé cómo explicar eso, aunque sí lo entiendo cabal, no sé las palabras para decirlo en castilla o en sus lenguas de ustedes. Pero más o menos así como lo puse o dije, que sea que está el criminal, está la víctima que lo ponen como culpable para robarle y engañar a otros, y está el arma. Y pues la escena del crimen es de por sí todo el mundo. Que sea que pienso que está revuelto todo, porque la sistema capitalista del mundo pone todo: pone la víctima y él mismo es el asesino, el arma que mata y destruye, y la escena del crimen.
Entonces eso lo platicamos con el SupGaleano cuando hizo su delito de las mantecadas, que lo castigaron y ahora va a tener otro delito porque lo agarró su celular del SupMoy y ¿tú crees que no se va a dar cuenta el SupMoy? Bueno, pero de ahí que lo seguimos pensando de la problema porque si no lo detenemos al criminal, pues ahora sí que todo el mundo es la víctima, que sea no sólo la gente, también todo, los animales, las plantitas, las piedras, el agua, todo pues.
Y la problema también es que no hay dónde vas a meter preso al criminal, así que la única forma de parar el crimen es destruyendo la sistema capitalista.
Claro, no les estoy diciendo todo lo que platicamos, que sea que no está cabal la plática o sea que no está íntegra, pero es que si les digo todo, pues los que escuchan y leen y miran este cuento, pues ahí van a estar cabeceando o nomás están pensando qué ropas se van a poner mañana que echan baile y fiesta porque acaba un año y empieza otro, y creen que así nomás el calendario va a cambiar las cosas, pero qué va a ser, para cambiar las cosas hay que luchar, mucho, en todas partes y en todo tiempo, que sea que no hay descanso.
Holmes y Watson quedaron callados hasta que Elías se despidió diciendo: “Bueno, de ahí que me tengo que ir, ahí se cuiden y no tengan pena de los otros amores, si hay mañana también será por elloas, con elloas, y para elloas”.
Y, dirigiéndose a Watson, agregó: “Si no hay llave para la puerta del closet, rompe la puerta. Hay que salir sin miedo, como la Magdalena. O con miedo pero controlándolo”.
Watson quiso aclarar que él y Sherlock no eran lo que parecía que eran, pero Elías Contreras, comisión de investigación del ezetaelene, ya había agarrado camino y la tarde se adormecía, cobijada bajo las sombras de una noche que ya se adivinaba fría.
-*-
Hubo unos días, no hará muchas lunas, que la niña Defensa Zapatista decidió expresarse verbalmente únicamente con colores. Y no con expresiones del tipo “esto es azul” o “sentí naranja” o cosas así, sino únicamente nombres de colores. Todas las teorías del lenguaje y del discurso, fueron puestas en jaque por la impertinencia de una niña indígena y zapatista.
Un día, llegó en la champa del SupGaleano y dijo: “amarillo”.
El Sup ni apartó la mirada de la computadora, sólo dijo: “en la chamarra, bolsa derecha”.
Defensa Zapatista fue a donde estaba colgada la chamarra, de la bolsa derecha extrajo un paquete de mantecadas y salió corriendo diciendo con alegría: “morado”.
Contra lo que se pueda pensar, cada color no tenía un significado preciso. Para entender a Defensa Zapatista había que tomar en cuenta su tono de voz, el contexto en que lo decía, a dónde miraba, la expresión de su rostro, los ademanes y hasta la posición corporal.
Una vez dijo también “amarillo”, mientras se encaminaba a la escuela, como si al patíbulo se dirigiera.
Dice el Sup que hasta entonces supo que Defensa Zapatista era una niña normal y no un organismo cibernético, creado por la mente perversa del SupMarcos para molestarnos. La herencia maldita de un Moriarty de nariz impertinente, un cuestionamiento continuo y enfadoso, envuelto en la aparente inocencia de una niña que apenas levanta unos palmos del suelo. Un robot cuya fuente de energía no es la solar ni la atómica, sino las mantecadas.
Una tarde cualquiera, El SupGaleano le explicaba a Elías Contreras:
“Es una infante, sin lugar a dudas. Es lo más normal del mundo que una niña que va a la escuela, lo haga con el pesar, la angustia y la desesperanza de quien marcha a la esclavitud de letras, números, nombres y fechas. Nadie podría expresar mejor que ella lo que significa ir a la escuela, y creo que llevar al gato-perro consigo, así sea oculto en la morraleta, es la forma de aferrarse al mundo en que es lo que Defensa Zapatista es, que no tengo idea de qué o quién sea, pero ella es feliz en ese mundo y es feliz en su empeño de completar el equipo que, tal vez, es su forma de decir “cambiar el mundo”.
Porque observa que ella no sueña con ser una súper heroína, alguien con súper poderes o con una katana que haga picadillo a sus enemigos que, si pones atención, son siempre masculinos. Mira que nunca se refiere al gol que anotó con una técnica que sorprendió a todos y que ha tenido las más disímbolas explicaciones. En cambio, el finado SupMarcos no dejaba de recordar, la mayoría de las veces sin que viniera al caso o cosa, según, que en la secundaría había anotado un gol. Olvidando mencionar, claro, que siempre estuvo en la banca y que sólo una vez alineó, y eso porque al entrenador le faltaba uno, y que lo anotó cuando se resbaló y, sin proponérselo y como dicen los clásicos, “empujó el esférico al fondo de las redes”.
Tampoco asume el papel de la princesa desamparada que espera la salvación llegando en lo que ella imagine la masculinidad montada en un brioso corcel. De hecho, creo que su relación con el Pedrito es precisamente la inversa: ella debe ayudar, orientar y rescatar al Pedrito, aunque tal vez su método de zapes continuos no sea el más adecuado.
No, Defensa Zapatista asume su objetivo como algo a cumplir en colectivo y no concibe su lugar como la líder o jefa, porque ha elegido la posición que menos brillo podría tener, la de defensa, y lo hace para apoyar al caballo tuerto que está en la portería. Su trabajo es buscar y encontrar a quien se sume, quien trabaje en equipo, y es, al mismo tiempo que parte del equipo, el puente para incorporarse a él. Y cuando valora por igual posiciones como la de recoge balones, o el chuchito o gato-perro que corre torcido, y pone como requisito único querer jugar, es su forma de decir “querer luchar”.
En Defensa Zapatista está no un mundo nuevo, cierto, pero tal vez está algo más terrible y maravilloso: su posibilidad.
Y cuando habla colores, tal vez está probando nuevas formas de comunicación para ese mundo que ni imaginamos, pero que ella ya asume como por venir, no sin la lucha necesaria y urgente para traerlo, de donde quiera que se encuentre, a esta realidad que padecemos.
No me imagino algo más zapatista que lo que en el esfuerzo de esa niña se sintetiza.
Eso discurría el SupGaleano ante un Elías Contreras silencioso y atento. En eso, apareció en la puerta de la champa Defensa Zapatista con el balón en una mano y el gato-perro en la otra y preguntó: “¿rosa?”
“Ahora vamos, allá te alcanzamos”, respondió el Sup. Defensa Zapatista sólo asintió con un “negro” y se fue corriendo.
Elías Contreras le preguntó al Sup: “¿Y qué dijo?”
“Ni idea”, le respondió el Sup, mientras dudaba entre ponerse la casaca del inter de Milán (que al parecer, me dicen, ya compraron los chinos), la del Atalanta (que ya está en ese mercado de jugadores llamado UEFA), o la de los Jaguares de Chiapas (que a saber dónde andan), mismas que encontró en el baúl de los recuerdos del finado. Finalmente se puso la playera del EZLN con la que, en 1999, un equipo de bases de apoyo zapatistas debutó en el estadio “Palillo Martínez”, en la Ciudad de los Deportes, en la Ciudad de México, en un partido en el que anotaron un solo gol y que el finado SupMarcos sintetizó así: “no perdimos, lo que pasa es que nos faltó tiempo para ganar, así que falta lo que falta”.
“En realidad siempre supongo lo que quiere decir. A veces acierto, a veces yerro. O sea que, como quien dice, aplico el método científico del ensayo y el error. Vamos Elías, creo que tenemos que ir al potrero porque hay un equipo que completar. De repente dilata pero sí, un día vamos a ser más”, agregó a modo de disculpa el SupGaleano.
En el potrero ya estaban el caballo choco masticando con perseverancia la misma botella de plástico, el Pedrito que algo discutía con la niña, el gato-perro que trataba en vano de morder el flamante balón que el buen Vlady le regaló a Defensa Zapatista, y dos figuras absurdas que permanecían en un costado del supuesto campo de fútbol.
Nadie lo notó, pero entre Cabeza de Escoba, Pelo de Tortilla, Elías Contreras y el SupGaleano, hubo un intercambio de una sonrisa cómplice, y una ligera inclinación de la cabeza como saludo.
Defensa Zapatista reía, mientras el gato-perro brincaba alrededor de ella tratando de quitarle la pelota.
El frío había menguado y una tibieza empezó a vestir la tarde.
Y todo esto que aquí narro, ocurrió en cualquier calendario, pero en una geografía precisa: las montañas del sureste mexicano.
Doy fe:
El gato-perro.
Guau-miau.
Gracias.
Desde el CIDECI-UniTierra.
SupGaleano.
México, diciembre del 2017.
Deja un comentario